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EL DIA QUE LE DIERON EN LA JETA AL OSADO TENIENTE RICO

  • Antonio Conde
  • 21 oct 2015
  • 5 Min. de lectura

Recientemente se cumplieron 10 años de una gran hazaña deportiva que pasará a engrosar las páginas de la variadisísima historia local del municipio Autana. A principios del 2004 arribó a El Carmen, Isla Ratón, el primer grupo de asesores deportivos cubanos; uno de ellos, Pedro Concepción, experimentado pugilista de La Habana, desde el primer momento se dio a la tarea de organizar todo lo concerniente a su disciplina. Sin saco de entrenamiento, sin pera, sin guantes, sin vendas, sin protectores faciales, así, sin nada, logró reunir medio centenar de prospectos –entre chamos y bejucones- y al cabo de 9 meses obtuvo un incipiente equipo de boxeo. Los implementos fueron apareciendo poco a poco: un viejo guante marrón, otro verde, una zapatilla hoy, otra pasado mañana, tres cinturones y demás enseres donados por fajadores retirados de Puerto Ayacucho.

Por esos días merodeaba en la otra orilla el Teniente Rico y su tropa, de la armada colombiana, militar éste muy adorado y mejor acogido por las pasantes de odontología que cumplían servicios en Isla Ratón. Allí, en el módulo de malariología, Rico era Rey. Se emparrandaba con esas chiquilinas y el ambiente se impregnaba de música, caña, tabaco, carne asada y cumbia cienaguera. “! Llegó Rico!” “! Vengan muchachas!” “! Vengan todas!””!Riiico!” “! Ayyyyyy!”. Y en veloz carrera llegaban al puerto cuando Rico ponía pie en tierra-. Porque hay que decirlo: el hombre era bastante apuesto. Llegar Rico y prenderse el rumbón era cuestión de minutos.

Una tarde, en plena orgía gastronómica, se apareció de repente el ingeniero Chicho (Hernando García) y apagando la música acabó con la guachafita. “! Que pasa aquí!” “! Este es un espacio para la salud!” “! No sean abusadores!” “! Saquen sus macundales y se me van toditos!”. Y acto seguido hizo pasar a los muchachos de su cuadrilla. “! Fueeera plaga que llegó malaria!”, gritó uno de los fumigadores –que venía asoleado y con unos cuantos anises en el celebro- al tiempo de prender la máquina ruidosa esa que echa humo hediondisísimo a veneno. ¡Ratatatatata! Ratatatatata! Ta ta ta ¡pum!. ¿Quién iba a pensar que Chicho, de humilde vestimenta, hombre de indescifrable edad, de fenotipo veguero-indio, antes chofer de porpuestos, herrero, leñador, obrero portuario, sembrador, palometero, bregador en vaquerías, se había graduado de ingeniero y llegaba en ese momento como Jefe Sanitarista de la región?

Pasaron varios meses que a Rico no se le vio la cara por estos mundos. ¡Se le había acabado el pan de piquito! Pero un buen día regresó y de una vez fue buscando al entrenador cubano para proponerle una velada boxística. Un enfrentamiento entre autanenses y marinos colombianos. Seguramente el hombre se enteró que aquí se hacía boxeo y que el ingeniero entrenaba todas las tardes. Verdadero lo primero pero falso lo segundo, pues Chicho ya estaba fuera de los predios del municipio Autana.

Llegó el día de la anhelada contienda y entre tantos miembros del blancaje visitante, unos árbitros de Puerto Ayacucho también acudieron al encuentro. La playa full gente con tarde caldeada por el sol cedió una pequeña planicie donde se dispuso el cuadrilátero preparado para dos peleas welter y una de súper-pesados. Hugo Mota, local, con rápidas combinaciones en tres asaltos dio cuenta de Armando Fontecha. Luego, Alexis Meléndez –conocido en el pueblo como Mono Frito- en trabada faena logró superar al marino Rafael Vallé.

La multitud emocionada al compás de música y cerveza esperaba impaciente el combate final de la jornada. Las golosineras vendían pepitos y chupichupis, varios coteros ofertaron flotadores de juguete, la cava de la negra Ifigenia dejaba salir olor de choriza de cerdo y varias garotas contoneando sus sensuales cuerpazos hicieron repentinamente que todas las miradas se apartaran del ensogado. Todas las miradas menos una: la mirada de Maguila Bustamente, quién en ese instante veía entrar al ring a su contendor John Jairo Carabalí, un hercúleo mocetón veterano de guerra con 115 kilos de peso. “! Vergación –dijo el asombrado autanense- me cambiaron el hacha, ese no era el que estaba en el programa!”

Sonó la campana y se entromparon esos dos gladiadores en feroz colisión. Golpes iban y venían. Los espectadores con un griterío de mil araguatos juntos eran mantenidos a raya por la policía. Termina el primer asalto y se acerca el gocho Teodolindo a la esquina de Maguila:

“! Hijo mío, mira como tienes la cara desfigurada de tanta coñamentazón!”. “!Ay papá, y eso que me encomendaste al Divino Rostro!” –Respondió Maguila-. (Con tu permiso Mario Moreno Cantinflas).

El segundo round fue de espanto y brinco: técnica, fuerza, velocidad, alboroto y sangre de lado y lado. El referee detuvo la acción unos segundos con idea de parar el combate, miró al público y la respuesta de la multitud fue un ¡NOOOOO! rotundo.

Para el tercero los dos contrincantes se demoraban en salir. Rico increpó a su pupilo y éste con lentitud y un ojo semicerrado abandonó su silla. Lo mismo hizo el cubano al tiempo de gritarle a Maguila: “¡A peleal carajo, o es que acaso no tienes cojones, cojones!”. Se estudian nuevamente y tras una veintena de guantazos los dos rodaron por la arena. Silencio total de la muchedumbre. Sólo se oía de la voz del árbitro: “uno, dos, tres, cuatro… (Conteo para los dos rivales inermes en el suelo)… ocho, nueve”. “¡Eeeesoooo!” (Aplausos y volvió la bullaranga del gentío). Lerdamente incorporados el colombiano susurró a Maguila algo así como: “Te amo mucho amorcito”. El local diría: “Dale pues”. ¡Y coñazos nuevamente! En realidad lo que el marino propuso en voz baja fue abandonar reglas y protocolos. Maguila le dio el sí y en los minutos finales la contienda casi desemboca en una pelea callejera al estilo Charles Bronson. Pero ya Concepción tenía previsto ese posible desenlace y rápidamente transmitió a Maguila dos tácticas de Kung Fú: Mantener el control y utilizar la fuerza del adversario. Fue así como el autanense pudo esquivar las embestidas de aquel furioso novillo y hacer que trastabillara un par de veces fuera de las cuerdas.

¡Ganadoooor, Aldrín Maguila Bustamanteeee! –Gritó por el megáfono un maricote venido de Puerto Ayacucho. Esa noche hubo rumba a lo largo y ancho del pueblo, el ron corrió hasta el rio y la gente bailaba celebrando por haberle dado en la jeta a los muchachos del Teniente Rico.

El último rumor escuchado sobre Rico fue que se le metió a unos guerrilleros apostados en una ladera de montaña y que bajo prolongada plomamentazón los puso en jaque; pero al no recibir apoyo aéreo optó por bajar a la sabana con disparos de granada y punto 50 calentándole los talones. Al embarcar a sus soldados en las naves tal vez pensaría. “Una buena retirada equivale a una victoria”.

Pedro Concepción fue a México y luego retornó a su Cuba natal donde sigue enseñando boxeo. Y después de él, ninguno de sus coterráneos ha hecho algo visible a nivel deportivo. Maguila Bustamante se hizo cristiano y ejerce la docencia. Mono Frito anda perdido del mapa. Hugo Mota pone buena música en el bar de Caifás y a veces vende queso. El ingeniero Chicho continúa en sus quehaceres de salud. ¿Y la muchedumbre? Bueno, está ahí, aletargada, a la espera de otra buena tarde como aquella del 21 de Marzo 2005, con sangre, arena y mucho alcohol. “¡Pero que traigan putas dijo el sapo!”.


Salud ¡Hip! Camaradas del pana Nelson Díaz, allá en Mi Jardín.

* Cronista de Autana



 
 
 

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